





De Asín de Broto a Punta Corona
Puertarraco. Un auténtico parque de bolas para l@s machacas de la bicicleta de montaña (BTT, en gravel no intentes pasar del pueblo o te acordarás de mi familia y me pitarán los oídos). Subida no muy larga pero si muy intensa. Culo abajo y a disfrutar sufriendo.
Estás en pleno valle de Broto, en la (bonita y mítica) carretera nacional 260 entre los pueblos de Broto y Fiscal. Justo en el desvío donde empieza la pista asfaltada que te sube a Asín de Broto, empieza el puerto.
La primera parte del puerto es la fácil. Terreno bien asfaltado, del rugoso, que hace sonar las ruedas, pero en perfecto estado. Es la zona más fácil en lo que ha dificultad física y técnica se refiere, con pendiente constante y no muy alta.
Una vez pasas el pueblo (bonito por cierto) la cosa se empieza a complicar en lo que a esfuerzos se refiere. Coges la pista que lleva a la ermita de San Mamés y de aquí hasta la cima del puerto vas a subir a tirones. Tanto por los numerosos repechos (alguno lo mismo te hace echar pie a tierra) como por la ensalada de piedras y pedruscos que se acumulan en más de un tramo. «¡Apuesta por el rock and roll! Iré donde quieran mis botas…»
Vas cogiendo altura y empiezas a tener vistas de la peña Cancias y el pueblo de Fiscal. Dejas la ermita de San Mamés a la derecha y sigues tirando a pechugazos, pasando al lado de la punta Aguilar, para pedalear literalmente por encima de la sierra de la Corona. ¡Precioso!
La última vez que subí aquí fue en un mes de febrero, de corto y sin nieve. Para mear y no echar gota. Para ciclistas sin temporada ni entrenamientos (como yo) es una maravilla, pero para el mundo en general no sé si es muy bueno esto de subir pedaleando en Pirineos hasta casi 2000 metros sin pisar nieve en pleno invierno. Recuerdo una llamada de mi hermana poco antes de hacer cima (en la que por cierto, me ‘libró’ de un par de repechos que hice empujando la bici mientras hablaba) simplemente para preguntar como estaba. Le conté donde andaba pedaleando (en vez de ir con raquetas o esquís de travesía) y flipaba. También le dije que tarde o temprano tendría trabajo (ella es la que hace esas gráficas de altimetría tan molonas).
Por seguir con la sección de ‘cosas que no le importan a nadie’, te cuento que aquel día tuve gregario. Un Border Collie de pelo corto ‘prejubilado’ de su trabajo de pastor. Me lo suelo llevar cada vez que voy a grabar una subida y es acojonante el ‘trabajo’ que hace. Se pone delante de la bici y me marca exáctamente el ritmo que quiero llevar sin ni siquiera girar la cabeza para mirar atrás (algún ciclista profesional ya podría tomar ejemplo). Interpreta los ruidos del cambio o los frenos para subir o bajar la marcha según la necesidad, sin que le tenga que decir palabra. El es feliz, y yo también. Cualquier día entro en casa, me lo encuentro leyendo el periódico, y no me extrañaría.
Poco antes de llegar a los 1900 metros termina la pista, en las laderas de punta Corona. Aquí recuerdo (y mira que estoy recordando cosas) sentarme, fijando la vista en el despoblado de Ayerbe de Broto. Despoblado, que no abandonado, ¡ojo con esto!. Enclavado en plena subida al Manchoya (vaya puyata…) es el pueblo más al este de la mítica zona del Sobrepuerto. Siempre que me encuentro con un despoblado, me gusta jugar a imaginar como sería antiguamente la vida de las gentes en estos lugares. Los considero lugares especiales, con magia.
El último tramo del puerto es montaña a través (literalmente) en terreno pedaleable (si estás ágil buscando el camino correcto). Panorámica espectacular de Pirineos en la cima. Collarada, Partacua, el macizo del Argualas, Tendeñera, los Treserols…